El árbol de la vida
No tiene ramas seguras
Ni tronco incorruptible.
No le brotan hojas
Que nunca se marchiten
Ni son sus flores
Para la eternidad.
El árbol de la vida
Es, a menudo, inquieto,
Algo como imposible.
A veces no le basta
Con una primavera.
Otras veces, en cambio,
Hace su ciclo en un breve verano.
El árbol de la vida es,
Casi siempre, el árbol de la muerte.
Este tiempo,
Prodigio de avatares,
Me he muerto casi.
Casi se me ha olvidado
Que el dolor no se olvida
Y que todas las ansias
Pueden volverse en contra.
Me ha servido, eso sí,
Para volver a enumerar por cientos
Los amigos del alma
Y también he admitido
Mi propia condición de acabable.
No renuncio al veneno
Del frenesí y el éxtasis
Por pura cobardía.
Antes bien,
y a pesar de la poca constancia,
temo quedarme solo
en el perenne remanso de la nada.
Me he muerto, casi.
Y sigo haciendo gala
De toda la innegable
Duda en el infinito.
Soy capaz de entender a quien te tiene miedo,
Sé la triste razón de quien debe soñarte
Y cuando tengo dudas sobre lo que te extraño,
Mis noches se me encienden con luces que no brillan.
Me asombra la distancia con que me pierdes siempre
Y me asusta la risa de quienes te conocen.
Mi voluntad es algo que jamás te comprende
Y las dudas son todo el porvenir que contemplo.
No me importas ni tú ni el firmamento,
Ni el aroma de incienso de tu risa,
No me trastorna el brillo de tus ojos
Ni tu terrible boca incontenible.
No me importa la noche sin estrellas
En que disuelves tu belleza indemne.
No me asombras, por mucho que lo busques,
Ni me asusta el rumor de tu mirada.
Pero tengo los labios ateridos
Por el hielo dorado de tu aliento,
Por el amargo tono de tu sombra.
Y se queda en mi gusto y en mi almohada
Un frenesí terrible por tus dientes,
Una añoranza atroz de tu saliva.
Yo soy tu libertad y mi presidio.
Me niego a verte y ya te estoy buscando.
Hasta inconsciente tu razón me sueña.
Trato de huir y embarranco en tu arena.
Hay que sufrir para morir contigo,
Como si con la muerte no tuvieses bastante.
Asómbrame en tus dudas,
Piérdeme en tus certezas.
Te acuso de pensarme
Cuando soy quien te anhela.
Drágame en tu estuario,
Déjame en tu sonrisa,
Albérgame en tu sombra.
Deja que sea feliz
O que, al menos, lo piense.
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