martes, 13 de septiembre de 2011

LAS ROSAS DE LA NECESIDAD

Poemario en memoria de
Milagros Hernández Caballero.
 

 

I

Después de ti el mundo no transcurre
ni se quejan las nubes en la tarde.
Tras el latido último, las sombras
nos anulan la mente,
nos congelan la risa.

Después de ti la noche se hace eterna
y se anegan de lágrimas las manos,
de calor doloroso las mejillas,
de tristeza sin fin,
de amargura terrible.

Después de ti se me agota el destino,
me repudia la vida y me da miedo
no notarte tan cerca como siempre,
no dejarte mis penas,
no prestarte mis ansias.

Después de ti me cansa el horizonte
y no tengo ilusión por lo que viene
por no poder contarte lo que siento,
porque lloro manadas de emociones
por lo que en ti se pierde.

Te echo tanto de menos que no quiero
que se me escape tu retrato en ciernes;
y desgasto tu foto por tocarte,
por verte como eras,
por saberte la misma.

Después de ti no encuentro las palabras
que describan tu vida
de madreselva breve
ni consigo el recuerdo
que me deje pensarte.



II
¿Dónde tu corazón?
¿Dónde sigue latiendo?
¿Dónde tus ojos, dónde
están mirando cosas?
¿Dónde tus entrañas queridas
se quedan enganchadas?
Tus queridas entrañas
y la luz de tus manos...

Todo es ya sólo sombra.
Todo es ya sólo nieve.
Frío dentro de ti...
Vida que sigues dando...

¿Dónde...?




                         III        
Hermana. Amiga mía.
Sol del pan. Sol del sol.
Hermana. Hermana. Mía.

La vida se ha cerrado
con un ruido silente.
La vida, hermana mía,
no te conoce ya.

No sabe que tu fuiste
un revuelo de risas
y un rebaño de lágrimas.
No sabe que soñaste
un viento de vacío.
No sabe que tu pelo
era fuente de noche
y fulgor de cristales.

No te conoce el mundo.
Amiga mía. Hermana.
Y yo tampoco puedo
conocerlo. Tampoco
soy capaz de encontrarle sentido.
Y me pierdo por calles
que antes había pisado
porque no estás, hermana,
en mi casa, conmigo.



IV
¿Cómo saber si existes de otra forma?
Si ya no te sienten mis mañanas
ni te huelen mis manos.
Si no puedo tocarte más que en el sueño,
si no puedo mirarte
ni perderme en tu boca.

Una pared de humo y desmemoria
me oscurece tu imagen.
Sólo puedo notarte cuando olvido
y únicamente el viento
me arrastra tu perfume.

Una venda de precaución inútil
me impide gritar y desgranar tu nombre
en multitud de sílabas.

Muerte de todo,
que sepultas mis rosas necesarias
y la mentira de cualquier creencia.
Deslúmbrame. Revive.
Un instante siquiera.
Que pueda respirarte y que me dejes
hablar a tu silencio irrefutable
y me asombre tu risa nuevamente.



V Copla
Cuerpo que ya no tiembla.
Frío sin sed
y los ojos cerrados,
clavados, clavaditos
en una pared.

Caballos sin espinas.
Rosas sin crin
y un resplandor de besos
de fin a fin.

Alterada la carne.
Rota la sien
y una fiebre de tierra
que se vuelve a caer.
¡Qué suerte que me quieras también!

VI

Una luna errante se me aparece

Y todos los muertos me nacen de nuevo.
La infinitud del mar no es nada
si imagino tus sueños. No es nada
si me vienen los ojos de tus ojos.

Es el dolor atroz que surge tras tus besos,
la caricia sutil que brota de tus árboles.
El lento palpitar de tu pulso de muerta,
acciones inconscientes de sueño sin estrofas.

Sin tu mirada,
que era capaz de consolar
al mismo color negro;
sin la gentil certeza
de ser siempre tú misma,
me quedo minusválido
para cualquier querer.

Hasta que me nazcas otra vez.


      VII FINAL


Pero tú duerme. Olvida.
Reposa dulcemente un descanso sin prisas.
Que las alas doradas de los escarabajos
te conviertan en tierra.
Tierra buena, tan fértil
como los despertares.
Tierra que a mí me sirva
para oler a escondidas.

Duerme.
Transfórmate en un siglo
de velas desplegadas
o en una madrugada sin espuma.
Conviértete en azul,
en flor desmesurada,
en lluvia de calor.

Duerme.
En tu sueño no habrá más despertares.
No habrá más que un diluvio
de frutas sumergidas,
de nostalgias suaves
y de estruendosa paz.

Duerme.
El mundo no transcurre
ni se quejan las nubes a la tarde.
La risa congelada
se disuelve despacio
y se queda entreabierta,
como los pájaros de sílex del pasado.





Duerme.
La vida es un peñón afilado
que corta el cielo de nata
de nuestra primavera desigual.
No te preocupes:
la eternidad se ha comprimido
y es infinitamente breve.
Las sombras nos anulan
y el futuro es delgado y se sostiene
en dos huesos desnudos
que imaginan difícilmente el tiempo.

Duerme.
Un año más, este junio apagado
en dolor de tormentas,
como todos los años
desde que tú naciste,
tengo tu misma edad.

Duerme, Mila.

                      Benjamín Hernández Caballero
                            Junio de 1.998

   

NOTAS:

Esta pequeña colección de poemas, dolorosamente escritos desde noviembre de 1997 hasta junio de 1998, nace en principio como una imposición autónoma que se resuelve en incapacidad. Cada verso, emocionalmente, me costaba muchísimo y los manuscritos, ya destruidos, son una multitud de garabatos y tachones, sobre todo al principio.
         Algunas estrofas de los últimos poemas fueron surgiendo al azar. Un verso hoy, otro el mes siguiente, fueron encadenándose hasta que el tiempo me permitió aliar nuevamente la inspiración oscura con el trabajo y la técnica.
         Mila nació el 28 de mayo de 1966, prematura de peso y al borde de la muerte. Pero diez días después se recuperó y la disfrutamos algo menos de 32 años. Al llevarle yo sólo once meses, desde el 28 de mayo al 17 de junio, teníamos, oficialmente, la misma edad y bromeábamos con la coincidencia. Por eso, la dedicatoria que iba a ir al principio, finalmente se añadió como última estrofa del poemario.
         Para empezar, me hacía falta un verso y no me quedaba satisfecho con cualesquiera de los que iban saliendo. Repasando con unos amigos unos cuantos manuscritos y mecanografías antiguas, me encontré con un verso que, curiosamente, había dedicado a Mila en 1988, para contarle un suceso amoroso. Empezaba: “Después de ti el mundo no transcurre/ ni se quejan las nubes en la tarde...”. Me pareció perfecta la repetición “después de ti”, desarrollándose como una lira desigual, en cuyas rupturas de ritmo (tres endecasílabos – dos heptasílabos, salvo otras conveniencias) tenía la herramienta de expresión que necesitaba.
         Para el final, como amante que soy de los argumentos redondos y dado el tono épico que tiene una elegía por mucho lirismo que le queramos poner, recuperé otra vez los versos del principio (144 y 145) y di por concluida la historia de mi pérdida y mi dolor, que es verdaderamente lo que cuento.
         Como me temía, el estilo de la creación primera era inconexo y heterogéneo, fruto de frases que inventaba y me cautivaban momentáneamente. Eran, sobre todo, preguntas a mí mismo, como las del II poema, basadas en la necesidad que tenía -y tengo-, de saber qué receptor tenía los órganos donados por mi hermana. Este cuestionario breve no se me oculta procedente de las Coplas de Manrique.
         Otro canto fúnebre, esta vez hondo, es la petenera (V), que me salió después de escuchar a Carmen Linares y que no pude resistir, con toda su carga lorquiana, al igual que el “no te conoce el mundo”, fácilmente alusivo al Llanto.
         Sobrinos, si no hijos, de Miguel, son algunos endecasílabos del poema IV. Más antigua es la procedencia de algunos versos del poema VII, final, en los que las alas de los escarabajos y el diluvio de frutas sumergidas brotan del Libro de los Muertos egipcio, como el peñón afilado en que se transforma la pirámide de la vida.
         Todas estas influencias se me aparecen ahora, cuando ya está acabado y leído, pero me resultan influjos queridos de maestros amados y no me apetece renunciar a ellos. En cualquier caso, reconozco la esencial carga emotiva, a pesar, incluso, de la calidad general del poema.      


                           
                            Benjamín Hernández Caballero
                                   Corrección definitiva y redacción
                                   de notas el 24 de junio de 1.998,
                                   tras la noche de San Juan.

No hay comentarios:

Publicar un comentario